Ocotlán

Todo un personaje: El «Caballero» de Ocotlán

Antonio Gálvez se llama, camina siempre por las calles de Ocotlán, a las que ha visto cambiar durante los poco más de cuarenta años

Decisiones.- “Ya adivinó el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno…”, Antonio Gálvez se llama, camina siempre por las calles de Ocotlán, a las que ha visto cambiar durante los poco más de 40 años que ha sido músico. Todo un personaje, viste impecables trajes de solapa ancha siempre en colores sobrios: gris, café, negro o azul. 

Es un hombre muy alto y más alto se ve debido a su enjutez, no por nada le dicen “el Flaco” o “el Caballero”, debido a que siempre se dirige con respeto a sus clientes llamándoles amablemente “caballero” nunca “señor” o “patrón” y ahora que lo pienso nunca le vi comer algo, si acaso semillas de girasol, cacahuates o pistaches quizá, pero no más. 

“Que veinte años no es nada que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra”. Debajo de una corbata casi siempre clara, una camisa negra la mayoría de las veces, caminando en alto contraste sobre unos zapatos calcos charoleados blanquinegros, un perfume barato que da un aroma dulzón. Toda su figura es de un pasado que no quiso olvidar.

Lo ves venir caminando por la Niños Héroes o por Madero a altas horas de la noche y es todo un cuadro ahí entre Hidalgo y Zaragoza, las calles de casas coloniales ya sin coches y eso es, un pachuco en los años cincuenta, porque también usa sombrero. Bajo el brazo trae su guitarra, camina despacio, pero va rápido debido a sus ancas grandes. De cara alargada y una boca grande simulada por un bien cuidado bigote.

Tiene la voz de trueno. “Volver, con la frente marchita las nieves del tiempo platearon mi sien” Ha superado su época, los jóvenes que circulan en sus grandes camionetas con potentes estéreos, se detienen a la pasada y lo levantan, lo llevan a dar serenata o simplemente que amenice la reunión de los amigos ¿Cuántas novias habría pedido?. Y ahí está él, tocará boleros, alguna canción vulgar o un tango, esos le salen chingón. 

La boca de su guitarra bastante desgastada, raspada por la uña conque toca, porque toca con pasión, a lo mismo que canta. Sentir que es un soplo la vida” No verás salir de su traje una navaja italiana de muelles, no es ese pachuco, es sólo de figura, un hombre enamorado de la bohemia, un noctámbulo, un verdadero caballero de la noche que pega de gritos en una voz bien temperada realmente infravalorada. Va de bar en bar, del extinto “Número Ocho” al «Cuatro Milpas”, a “El Corazón”, a “El Machete Pando” y alguna vez a “La Copa de Leche”. 

“Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida…” Allá en algún callejón o parque escondido se sienta con el mismo cuidado de su pulcro traje y pacientemente envuelve un porro de dos amarras y da hondas caladas para luego levantarse y seguir su camino. “Tengo miedo de la noche que poblada de reproches encadena mi soñar” Cree inspirar la figura que el músico ambulante ha perdido, la de la elegancia, aunque como el «Hojarascas” de Juan José Arreola sigue “con su música por todas las calles del pueblo y toca por lo que le dan, un cinco, un diez, una copa, un plato de caldo, un taco de birria. Toca con mucho sentimiento, sentado en una silla, enredando y desenredando las canciones”, pero éste caballero no toca el arpa, toca su guitarra y rasgando con fuerza las cuerdas interpreta elegantemente “El día que me quieras” y entre sus labios gruesos y largos por una boca de buchaca de mesa de billar, se asoman unos grandes dientes incompletos de caballo remolón, amarillos por el humo del tabaco. 

Todo él es una figura. La última vez que le vi cantar con pasión fue hace muchos años, unos diez por lo menos, en que en mitad de la noche tocaba para unos estudiantes trasnochados borrachos con agua loca, le vi a lo lejos en que a la luz de la calle despuntaba la pluma de su sombrero y su alta silueta de gánster de la Gran Depresión.

“Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar”. Ahora al volver al pueblo como cada tantos días, nomas cruzar el Nodo Vial, justo de bajo del puente y en los bloques de concreto, su figura ha quedado estampada en un mural de arte abstracto, es él. Algún artista irreverente (El arte casi siempre lo es) ha decidido plasmar para todo viajante que pasa por la interestatal; a esta figura emblemática del pueblo.

Y aunque el destino que todo destruye, haya matado mi vieja ilusión…”

El pueblo debe engrandecer sí, a quienes destaquen en el deporte o en alguna disciplina. Pero el pueblo se debe también a sus habitantes, Ocotlán es tan Ocotlán por los tacos de Rigo, que por las partituras indescifrables del compositor y violinista Manuel Enríquez. Y lo mismo son sus calles centenarias; que aquellos que las caminan. “Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”.

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Eliseo Becerra

Abogado ocotlense.

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